La moneda gira en el aire deteniéndose por unos segundos y
contorneándose sobre su eje. Un metro por debajo de la evolución del redondeado
trozo de metal dos hombres rezan para sus adentros. El más joven mira fijamente
hacia arriba. El más viejo aprieta los puños con fuerza hasta hacerlos vibrar
levemente. Un poco más allá, un grupo de hombres y mujeres sigue la escena como
espectadores. El humo que se eleva desde los ceniceros no permite ver con
claridad los pocos segundos en los cuales la moneda permanece navegando la leve
corriente de aire que ingresa desde el exterior del lugar. Algunos contienen la
respiración, otros cierran los ojos como temiendo que algo malo suceda. La
tragedia flota en el aire y hasta aquellos que recién han llegado saben que
algo terrible puede ocurrir.
La moneda desciende tomando velocidad a medida que se aproxima al
suelo. En una milésima de segundo todos los murmullos cesan. Es tal el silencio
que el impacto del metal contra la baldosa blanca resuena hasta en el último
rincón del lugar. María respira profundamente y contiene el aliento. No
entiende por qué esos dos hombres han llegado a ese punto. No se siente
importante, se siente disputada. Como una cosa, como una posesión. Sus ojos
oscuros siguen el trayecto de la moneda. Agarra con fuerza la manga de su
vestido negro estrujando y tironeando. Quizás otra persona se sentiría
orgullosa pero ella siente tristeza. Tristeza por sentirse un objeto. Sí, es
eso, ella es un trofeo, como la cabeza o la piel de un león traída de un safari
o como un objeto, valioso o no, para exhibir al resto del mundo.
La moneda rebota y se desliza en el suelo, gira como un remolino
describiendo espirales entre las patas de una de las mesas. Enrique la mira con
los ojos desorbitados. Su frente está empapada de un sudor frío y sus manos
también están transpiradas. Es el momento del miedo, de la duda. ¿Y si él no
resulta ser el favorecido por el azar? Se dice que nunca debería haberse metido
en esa relación. Que no debería haber aceptado la apuesta. Que de acuerdo a
cómo caía la moneda, todo podía terminar trágicamente para él. Después de todo,
¿Quién era esta mujer María? ¿Valía la pena el riesgo? ¿Qué podía darle ella?
Sigue con la mirada el recorrido de la moneda y un escalofrío recorre su
espalda.
Franco mira la moneda que gira sobre su eje cada vez más despacio.
Sigue apretando los puños y pasa la lengua por su labio inferior para luego
morderlo levemente con los incisivos. Piensa que en definitiva todo es culpa
suya: él se había molestado con ese pendejo que se había acercado a María. Él
también había tenido la idea de la apuesta. Y a él se le había ocurrido que el
perdedor tenía que tomar el arma que estaba sobre la mesa y pegarse un tiro.
Mira el caño del revólver que parece observarlo apoyado sobre la madera
cuarteada. Un calibre grande. Con un disparo alcanza para volarle la cabeza a
una persona. El otro había titubeado, pero él no. Él no quería dejar a sus
espaldas a un tipo carcomido por los celos y para colmo más joven, más fuerte y
más rápido. Pero duda, y eso lo pone nervioso, lo cual se nota en el leve tic
que contrae su párpado derecho. Quizás fue un error apostar. Quizás se había
equivocado al plantear el tema del revólver. Después de todo no estaba
locamente enamorado de María. Le gustaba, era cierto, pero también le habían
gustado docenas de otras mujeres a lo largo de su vida. Él había elegido cara,
pero ¿Y si la moneda caía ceca? Era la muerte segura. “No vale la pena”, se
repitió una y otra vez.
La moneda gira perdiendo velocidad e inclinándose cada vez más con
cada vuelta. Las miradas se fijan en el suelo y muchos de los espectadores se
levantan de sus asientos y se acercan para poder observar con más claridad el
desenlace de la apuesta. Algunas sillas son apartadas para permitir que más
gente se aproxime. Cara. La moneda finalmente descansa con el rostro del prócer
o noble de turno mirando hacia el techo. Los asistentes presienten el
desenlace, huelen la sangre por venir. Giran sus cabezas buscando a la víctima.
Ya no importa la mujer ni el ganador. Lo relevante ahora es el perdedor y lo
que deberá hacer en unos segundos. Los ojos buscan el revólver cargado que yace
sobre la mesa, aguardando. Hombres y mujeres miran hacia todos lados con
avidez, luego con desesperación, finalmente con desencanto. Los dos hombres que
habían apostado por la mujer llamada María, los dos que habían declarado su
pasión por esa mujer, ya no están en el lugar.
Muy bueno, clara y amena la narración además, redondo el final. Felicitaciones.
ResponderEliminarLILIALTO
Tensión hasta el final. Muy bien resuelto.
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