viernes, 14 de septiembre de 2012

UNA SIMPLE HISTORIA MÁS de Adriana MENENDEZ

Quedaron en encontrarse en el café de Riobamba, como todas las mañanas, a las diez, antes de la clase de tenis. Claudia le había dicho que tenía muchas cosas para contarle. Mariana nunca imaginó que tantas. El cuento empezaba un mes atrás, en una de esas madrugadas en las que, como casi todas, ella juntaba sueño frente a la computadora esperando que Ignacio se durmiera para poder ir a la cama. Hacía tiempo que lo evitaba, las últimas veces que habían tenido sexo, se había sentido extraña, casi ridícula, como observada por otra parte de ella misma que a los pies de la cama le decía ‘¿Qué hacés? ¿Repetís movimientos de memoria o estás teniendo convulsiones?’ Perdida entre redes sociales, sitios de ningún interés y jueguitos absurdos, por pura curiosidad, como cuando entraba a un baño ajeno y no podía dejar de revisar el botiquín, entró a una página de solos y solas. Cuando vio que la miraba sonriente desde la pantalla, en una foto recortada de las últimas vacaciones, el primer impulso fue ir a despertarlo a los gritos, pero se tapó la boca con la mano y se contuvo. ‘No estás loca, ni muerta, ni enferma, ni mucho menos presa; así que hacé algo, pero pensá bien qué’, le decía la misma que la observaba a los pies de la cama, ‘Ignacio hizo los suficientes méritos como para merecer algo más que un escándalo en el medio de la noche.’ Se fue a dormir tratando de no hacer ningún ruido. Al otro día, se levantó, bajó a los chicos cuando llegó el micro de la escuela y subió a prepararle el desayuno, como todas las mañanas. “¿Qué te quedaste haciendo anoche?”, preguntó él. “Me entretuve con unas páginas de Internet y se me fue la hora”, le contestó. ‘¿Ves que es simple? No hay nada más fácil que mentir diciendo la verdad, tenés que omitir algunos detalles nada más’. Pasaron días, semanas, en la más absoluta y conocida rutina de la nada. Esa nada que transcurría prácticamente silenciosa porque ya los dos habían aprendido que era imposible de llenar, mucho menos con palabras. Para ocuparse hasta que llegara el momento, se puso todas las tardes a ordenar los cientos de fotos que tenía en la computadora, ya casi no tenía ninguna en papel así que decidió imprimir algunas. ‘¿Qué hacés? ¿No ves que las fotos te engañan? ¿Qué te hacen contar una anécdota que no recordás en base a un instante congelado? ¿Por qué no mirás estas otras? ¿Por qué no prestás atención a cómo lo mirás de costado acá en la playa, cuando supuestamente están todos felices de vacaciones? ¿Por qué estás tan seria acá, no es tu cumpleaños? ¿Y esta manito tuya hecha puño en el acto de la escuela? No te pongas mal igual, casi todas las personas terminan siendo náufragos de una realidad que se inventan, si no no se puede vivir. La historia no es un simple desfile de hechos, querida, ya lo sabés, es un simple desfile de interpretaciones.’ Varias veces en esos días pensó en abandonar todo, pero después se acordaba. Hasta que por fin llegó la noche en que Ignacio la llamó para decirle que no iba a cenar. Ella sabía adónde iba. A encontrarse con Jazmín, el nombre con el que se había anotado en la página. Si él se había inventado un perfil donde le gustaba la música e ir al cine y era un experto en exagerar hazañas que nunca había llevado a cabo, ella bien podía inventarse otro con otro nombre, otros años, otra foto, donde estaba separada, no tenía hijos y le gustaban los deportes acuáticos. Imprimió los chats, los puso en la cartera y fue al encuentro. Con su mejor ropa, sus mejores tacos, su mejor maquillaje. Antes de salir se miró en todos los espejos de la casa. ‘No te gastes, el espejo perfecto no existe.’ En un primer momento, Ignacio no la reconoció, o no pudo reaccionar. Después la miró sin comprender. Siguió sin comprender cuando ella le tiró las hojas en la mesa. “Ahora quiero el divorcio, hijo de puta”, fue todo lo que pudo decir y salió del lugar tan silenciosamente como había entrado. Ignacio no peleó ni un poquito. Esa misma noche ya no volvió a dormir a la casa.
“Listo, en un par de meses tengo el divorcio, y vamos a poder hacer lo que queramos.” “Nunca me contaste lo que estabas haciendo”, le dijo Mariana. “Es que quería darte la sorpresa. ¿No estás contenta?” “No pasa porque yo esté contenta.” “¿Ah, no? ¿Y por dónde pasa?” “No sé por dónde pasa, digo, ¿no era más fácil encararlo la misma noche que te enteraste?” “Vos porque no conocés a Ignacio. Dale, festejemos, y empecemos a pensar dónde nos vamos a ir a vivir.” Claudia y Mariana se conocían desde hacía diez años. Pero hacía dos que eran pareja. Mariana la dejó, no pudo soportarlo.

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