Quedaron en encontrarse
en el café de Riobamba, como todas las mañanas, a las diez, antes de la
clase de tenis. Claudia le había dicho que tenía muchas cosas para
contarle. Mariana nunca imaginó que tantas. El cuento empezaba un mes
atrás, en una de esas madrugadas en las que, como casi todas, ella
juntaba sueño frente a la computadora esperando que Ignacio se durmiera
para poder ir a la cama. Hacía tiempo que lo evitaba, las últimas veces
que habían tenido sexo, se había sentido extraña, casi ridícula, como
observada por otra parte de ella misma que a los pies de la cama le
decía ‘¿Qué hacés? ¿Repetís movimientos de memoria o estás teniendo
convulsiones?’ Perdida entre redes sociales, sitios de ningún
interés y jueguitos absurdos, por pura curiosidad, como cuando entraba a
un baño ajeno y no podía dejar de revisar el botiquín, entró a una
página de solos y solas. Cuando vio que la miraba sonriente desde la
pantalla, en una foto recortada de las últimas vacaciones, el primer
impulso fue ir a despertarlo a los gritos, pero se tapó la boca con la
mano y se contuvo. ‘No estás loca, ni muerta, ni enferma, ni mucho
menos presa; así que hacé algo, pero pensá bien qué’, le decía la
misma que la observaba a los pies de la cama, ‘Ignacio hizo los
suficientes méritos como para merecer algo más que un escándalo en el
medio de la noche.’ Se fue a dormir tratando de no hacer ningún
ruido. Al otro día, se levantó, bajó a los chicos cuando llegó el micro
de la escuela y subió a prepararle el desayuno, como todas las mañanas. “¿Qué te quedaste haciendo anoche?”, preguntó él. “Me entretuve
con unas páginas de Internet y se me fue la hora”, le contestó. ‘¿Ves que es simple? No hay nada más fácil que mentir
diciendo la verdad, tenés que omitir algunos detalles nada más’. Pasaron días, semanas, en la más absoluta y conocida rutina de
la nada. Esa nada que transcurría prácticamente silenciosa porque ya
los dos habían aprendido que era imposible de llenar, mucho menos con
palabras. Para ocuparse hasta que llegara el momento, se puso todas las
tardes a ordenar los cientos de fotos que tenía en la computadora, ya
casi no tenía ninguna en papel así que decidió imprimir algunas. ‘¿Qué hacés? ¿No ves que las fotos te engañan? ¿Qué te hacen
contar una anécdota que no recordás en base a un instante congelado?
¿Por qué no mirás estas otras? ¿Por qué no prestás atención a cómo lo
mirás de costado acá en la playa, cuando supuestamente están todos
felices de vacaciones? ¿Por qué estás tan seria acá, no es tu
cumpleaños? ¿Y esta manito tuya hecha puño en el acto de la escuela? No
te pongas mal igual, casi todas las personas terminan siendo náufragos
de una realidad que se inventan, si no no se puede vivir. La historia no
es un simple desfile de hechos, querida, ya lo sabés, es un simple
desfile de interpretaciones.’ Varias veces en esos
días pensó en abandonar todo, pero después se acordaba. Hasta que por
fin llegó la noche en que Ignacio la llamó para decirle que no iba a cenar. Ella sabía adónde iba. A encontrarse con
Jazmín, el nombre con el que se había anotado en la página. Si él se
había inventado un perfil donde le gustaba la música e ir al cine y era
un experto en exagerar hazañas que nunca había llevado a cabo, ella bien
podía inventarse otro con otro nombre, otros años, otra foto, donde
estaba separada, no tenía hijos y le gustaban los deportes acuáticos.
Imprimió los chats, los puso en la cartera y fue al encuentro. Con su
mejor ropa, sus mejores tacos, su mejor maquillaje. Antes de salir se
miró en todos los espejos de la casa. ‘No te gastes, el espejo perfecto no existe.’ En un primer momento, Ignacio no la reconoció, o no pudo
reaccionar. Después la miró sin comprender. Siguió sin comprender cuando
ella le tiró las hojas en la mesa. “Ahora quiero el divorcio, hijo de
puta”, fue todo lo que pudo decir y salió del lugar tan silenciosamente
como había entrado. Ignacio no peleó ni un poquito. Esa misma noche ya
no volvió a dormir a la casa.
“Listo, en un par de meses tengo el divorcio, y vamos a poder
hacer lo que queramos.” “Nunca me contaste lo que estabas haciendo”, le
dijo Mariana. “Es que quería darte la sorpresa. ¿No estás contenta?” “No
pasa porque yo esté contenta.” “¿Ah, no? ¿Y por dónde pasa?” “No sé por
dónde pasa, digo, ¿no era más fácil encararlo la misma noche que te
enteraste?” “Vos porque no conocés a Ignacio. Dale, festejemos, y
empecemos a pensar dónde nos vamos a ir a vivir.” Claudia y Mariana se
conocían desde hacía diez años. Pero hacía dos que eran pareja. Mariana
la dejó, no pudo soportarlo.
Bien construido, me gustó.
ResponderEliminarA mi me encantan los relatos de Adriana. Gracias por el comentario Osvaldo. Un abrazo
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