Algunas
tardes de agosto traen con ellas una sensación de renacimiento. Con renovados
bríos nos invitan a recorrer la ciudad bajo la cálida luz de ese sol tenue,
aunque brillante, que nos cobija. Caminé sin rumbo durante unos veinte minutos,
y es posible que durante un instante pensara en ella; el ver a esas otras damas
circulando a mi alrededor debe haberme predispuesto a recordarla. También
imaginé que si tuviera la oportunidad de intimar con una sola de las damas en
cuestión, me olvidaría fácilmente de ella. Pero se hace tan difícil… Es que se
dificulta cuando uno no es la clase de hombre que va a entablar una relación
profunda con cualquier mujer del montón que le dé oportunidad. Quiero decir,
podría tener un flirteo con ellas, una relación ocasional, sexo. Sí, de eso no
hay dudas; de hecho, a veces lo tengo. Pero eso no mitiga su ausencia. Lo que
extraño de ella son las conversaciones, los intereses en común, incluso
nuestros silencios. Eso es lo que resulta casi imposible de recrear.
La
plaza se extendía allá, al otro lado de la calle que estaba por cruzar. Unos
árboles frondosos y añosos cubrían de sombras la mayor parte. En otros sectores
resplandecía el sol. El límite entre sol y sombra era difuso, ya que de vez en
cuando ráfagas de viento sacudían las copas de los árboles, ocasionando un
movimiento que se reflejaba en el piso. Eso me condujo a recordar una teoría
cabalística que dice que el mundo en que vivimos es el reflejo de otros mundos
que existen en un nivel más elevado. De igual manera, las sombras sobre el piso
son dibujadas por la luz que, viniendo desde arriba, se filtra a través de las
copas arbóreas que mece el viento. Claro que lo que llega aquí, a la tierra, no
es el modelo original, ni siquiera una copia similar, tan sólo un reflejo vago
de lo que sucede arriba.
Con
todo, permanecí mucho tiempo ahí sentado, en un banco de esa plaza, tanto como
para que el ocaso me encontrara todavía meditabundo con mis cosas. Entonces,
bajo la tenue luz de ese crepúsculo de agosto, la vi a ella. Se encontraba algo
alejada de donde me hallaba yo, pero no obstante, pude divisar su figura y
adivinar el resto. Inmediatamente me puse de pie y caminé hacia ese sector de
la plaza. Atravesé toda la parte central del espacio verde recorriendo senderos
serpenteantes, llenos de bifurcaciones y giros; tanto que al llegar al otro
lado, no la encontré a ella. Retomé hacia el centro de la plaza para subsanar
mi error y tomar el camino correcto, pero esta vez me hallé envuelto por un
bosque lúgubre, atiborrado de árboles frondosos y pájaros gritones.
Desorientado en medio de ese inabarcable territorio, giré en rededor sobre mis
talones, escrutando el monótono paisaje que me rodeaba. Sintiéndome perdido, miré
al cielo buscando respuestas.
Ahora
el ocaso era ya historia, una luna fría reinaba en el firmamento, oculta en
gran medida tras las ramas que, teniendo en cuenta la época del año, estaban
inusualmente tupidas. Caminé un poco más eligiendo cualquier dirección al azar,
y así pude divisar un claro. Allí, iluminada por la luna, estaba otra vez ella.
Vestía un sencillo vestido blanco. Su piel lucía también blanca como la leche.
Sus ojos negros estaban opacos. Su mirada era desangelada. Me acerqué a ella
presuroso, casi corriendo, pero se evaporó en el aire. Cómo, es un misterio. De
alguna manera debo haber quebrado la línea de espacio-tiempo para traerla a ella
de regreso en ese lugar; pero al acercarme, la realidad palpable triunfó sobre
la etérea. ¿Acaso existe una manera de crear una realidad diferente a la que
habitamos a diario? ¿Era yo capaz de inventar con la mente un agujero de gusano
por el cual viajar en el tiempo? De ser así, ¿me encontraba yo en el pasado o
la había traído a ella al presente? ¿Pueden nuestros pensamientos
materializarse?
Ella
se veía real, sus apariciones habían sido lo suficientemente reales; al menos, yo
sentí como que ella estaba ahí, frente a mí. La emoción que experimenté al verla
había sido concreta, con esa sobredosis de adrenalina, o endorfina, o qué sé
yo…
El
lugar, la plaza, ya no era tal, aunque conservaba reminiscencias de ella
mezcladas con aspectos de otros lugares; era un mix bastante particular, como
sólo algo creado por la mente de uno puede serlo. La plaza se había convertido
en un no-lugar, donde convivían imágenes del pasado y del presente, y laberintos
imposibles, y una bella joven que, a pesar de estar muerta, se mostraba
radiante desafiando las reglas de la física.
Dicen
que ser una persona digna de recordar es una manera de alcanzar la
inmortalidad. Esa noche, bajo la luz de la luna, juzgué que ella la había alcanzado.
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Tw: @Luciano_Doti
Me gustaría creer que se están empezando a quebrar los las leyes para que ella vuelva, esté en el presente del personaje.
ResponderEliminarBien contado.
Parece interesante un blog dedicado a relatos como este.