miércoles, 24 de junio de 2015

JUSTICIA DIVINA de Mikael BROWN


Durante el año 1888, en Londres,  se cometieron una serie de lúgubres asesinatos que jamás fueron resueltos.
El día 9 de Noviembre de 1888, Jack El Destripador cometía su último asesinato, dejaba su impronta para la posteridad  y desaparecía, sin volver a matar,  y sin dejar rastros.




El cochero cabeceaba, luchando contra el ritmo monocorde de los cascos del caballo sobre el adoquinado del húmedo Londres.
Nada había sido fácil en la vida de Jack Keane.
Él hubiera preferido no trabajar por la noche. También hubiera preferido no tener que usar el viejo Brougham, heredado de su padre,  para poder vivir.
No le gustaba nada dejar a su hija Sally todas las noches sola. Las noticias sobre los escalofriantes asesinatos de mujeres le preocupaban mucho, pero llevar caballeros adinerados en busca de cuerpos en alquiler entre el West End y el East End le proporcionaba buen dinero, y esto solo ocurría después de la caída del sol.
Había sido un largo día de trabajo. Doce horas eran muchas, pero al menos había podido darse el lujo de comprar algo de carne y verduras.
Sally siempre lo esperaba con el caldero encendido para preparar la tardía cena y comentar los sucesos del día.
Hoy no iba a ser la excepción, y él tenía algo interesante para contar.
Con los últimos cabeceos y bastante hambre en su humanidad, Jack llego a su casa, en el pobre barrio de Kensington.
-Buenas noches, mi dulce Sally- saludó ceremoniosamente a su hija.
-Buenas noches padre- contestó ella, con no menos ceremonia.
-A que no sabes a quien llevé a toda prisa a esta tarde a Scotland Yard?- disparó Jack, ansioso por contar sus novedades.
-Ser adivina no figura entre mis muchas cualidades, padre- contestó Sally con una sonrisa mientras preparaba la esperada y frugal cena.
-Bien- dijo Jack- llevé al hombre del momento.  Al detective Lusk, el que recibe cartas del asesino misterioso que mata mujeres y les arranca partes del cuerpo-
-Ha vuelto a matar mujeres, padre?- inquirió Sally.
-Me contó que el asesino se hace llamar a sí mismo “El Destripador”- comenzó a contar Jack.
-Ya ha matado a cuatro mujeres, todas ellas prostitutas. Pero lo peor no es que las haya matado, sino la forma en la que lo ha hecho.  Todas fueron encontradas con el cuello cortado. A una de ellas le mutiló brutalmente la cara, a dos les sacó un riñón, y a una de esas dos además le sacó los ovarios.
-Todo esto, según el detective, lo hace con un bisturí. Y para hacerlo todo aún más tétrico, aseguran que siempre lleva encima una botella con sangre de sus víctimas.
-Y no sospechan de nadie, padre?- dijo Sally con voz atemorizada.
-Me comentó el detective que sospechan de un tal Doctor Druitt y también de un inmigrante polaco de nombre difícil.
-Pero aún no han detenido a nadie?
-No, pero necesitan detener a alguien pronto- contestó Jack bostezando -Comamos y vayamos a dormir hija, que asustarnos con estas historias no nos dejará dormir tranquilos.

El día 9 de noviembre de 1888 transcurrió, como era habitual en Londres, húmedo y lluvioso.
La mitad de la noche encontró a Jack Keane en su viejo Brougham, yendo a su cita con el destino.
Había dejado a uno de sus pasajeros habituales en el East y ya estaba pensando en un buen caldo caliente. El cansancio ya estaba empezando a pesarle en los viejos huesos, cuando de repente se encontró con una multitud arremolinada en el medio de la calle.
-Otra vez quieren linchar al jefe de policía?- pensó Jack.
Se apeó del Brougham, intrigado por saber que ocurría.
-Que ha pasado?- preguntó a un pelirrojo con gorra de marinero.
-El Destripador ha matado de nuevo- le respondió el marinero sin mirarlo.-Parece que a esta le cortó la cabeza, y tan solo tenía 24 años- agregó.
-La edad de mi Sally!- tembló Jack.
- Y está sola en casa!-
Esta vez el miedo y no el cansancio lo atenaceó a volver con urgencia a su hogar.
Se subió de un salto al carruaje con mil imágenes en su cabeza, y azuzó imperiosamente al caballo.
De repente ya no le importaba terminar la noche con más dinero, sino ver de nuevo la sonrisa de su hija.
La multitud ya había quedado atrás, y los alrededores de Picadilly estaban oscuros y desolados.
Los cascos del caballo repiqueteaban rítmicamente y el traqueteo del Brougham volvía a ser una canción de cuna para el preocupado y cansado Jack.
Un poco la noche cerrada, un poco el adormilamiento, hicieron que Jack Keane no viera a tiempo el bulto negro que se cruzaba en su camino, pero el golpe seco, un grito ahogado y el súbito relincho del caballo le borraron el sopor de inmediato.
El cochero se bajó rápido para ver qué era lo que había atropellado, rogando que no fuera uno de esos chicos sin padres que solían hacer diabluras y correrías por las noches.
Lo que vio Jack no era un chico. Era un hombre de unos 35 años, bien vestido, seguramente de la alta sociedad de Londres, con sus ropas manchadas de abundante sangre.
Jack le abrió las ropas con desesperación, buscando una herida o un corte, pero no encontró nada.
-De donde viene tanta sangre?- pensó Jack intrigado.
El hombre agonizaba porque el caballo y una rueda del Brougham le habían pasado por encima.
Jack se persignó y pidió brevemente por el alma del moribundo.

A unos pocos centímetros de allí, ocultos por la oscuridad, una botella rota con restos de sangre y un afilado bisturí eran mudos testigos de la justicia divina.

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