Durante el año 1888, en
Londres, se cometieron una serie de
lúgubres asesinatos que jamás fueron resueltos.
El día 9 de Noviembre de 1888,
Jack El Destripador cometía su último asesinato, dejaba su impronta para la
posteridad y desaparecía, sin volver a
matar, y sin dejar rastros.
El cochero cabeceaba, luchando contra el ritmo monocorde de los cascos
del caballo sobre el adoquinado del húmedo Londres.
Nada había sido fácil en la vida de Jack Keane.
Él hubiera preferido no trabajar por la noche. También hubiera
preferido no tener que usar el viejo Brougham, heredado de su padre, para poder vivir.
No le gustaba nada dejar a su hija Sally todas las noches sola. Las
noticias sobre los escalofriantes asesinatos de mujeres le preocupaban mucho,
pero llevar caballeros adinerados en busca de cuerpos en alquiler entre el West
End y el East End le proporcionaba buen dinero, y esto solo ocurría después de
la caída del sol.
Había sido un largo día de trabajo. Doce horas eran muchas, pero al
menos había podido darse el lujo de comprar algo de carne y verduras.
Sally siempre lo esperaba con el caldero encendido para preparar la tardía
cena y comentar los sucesos del día.
Hoy no iba a ser la excepción, y él tenía algo interesante para contar.
Con los últimos cabeceos y bastante hambre en su humanidad, Jack llego
a su casa, en el pobre barrio de Kensington.
-Buenas noches, mi dulce Sally- saludó ceremoniosamente a su hija.
-Buenas noches padre- contestó ella, con no menos ceremonia.
-A que no sabes a quien llevé a toda prisa a esta tarde a Scotland
Yard?- disparó Jack, ansioso por contar sus novedades.
-Ser adivina no figura entre mis muchas cualidades, padre- contestó
Sally con una sonrisa mientras preparaba la esperada y frugal cena.
-Bien- dijo Jack- llevé al hombre del momento. Al detective Lusk, el que recibe cartas del
asesino misterioso que mata mujeres y les arranca partes del cuerpo-
-Ha vuelto a matar mujeres, padre?- inquirió Sally.
-Me contó que el asesino se hace llamar a sí mismo “El Destripador”-
comenzó a contar Jack.
-Ya ha matado a cuatro mujeres, todas ellas prostitutas. Pero lo peor
no es que las haya matado, sino la forma en la que lo ha hecho. Todas fueron encontradas con el cuello
cortado. A una de ellas le mutiló brutalmente la cara, a dos les sacó un riñón,
y a una de esas dos además le sacó los ovarios.
-Todo esto, según el detective, lo hace con un bisturí. Y para hacerlo
todo aún más tétrico, aseguran que siempre lleva encima una botella con sangre
de sus víctimas.
-Y no sospechan de nadie, padre?- dijo Sally con voz atemorizada.
-Me comentó el detective que sospechan de un tal Doctor Druitt y
también de un inmigrante polaco de nombre difícil.
-Pero aún no han detenido a nadie?
-No, pero necesitan detener a alguien pronto- contestó Jack bostezando -Comamos y vayamos a dormir hija, que asustarnos con estas historias no
nos dejará dormir tranquilos.
El día 9 de noviembre de 1888 transcurrió, como era habitual en
Londres, húmedo y lluvioso.
La mitad de la noche encontró a Jack Keane en su viejo Brougham, yendo
a su cita con el destino.
Había dejado a uno de sus pasajeros habituales en el East y ya estaba
pensando en un buen caldo caliente. El cansancio ya estaba empezando a pesarle
en los viejos huesos, cuando de repente se encontró con una multitud
arremolinada en el medio de la calle.
-Otra vez quieren linchar al jefe de policía?- pensó Jack.
Se apeó del Brougham, intrigado por saber que ocurría.
-Que ha pasado?- preguntó a un pelirrojo con gorra de marinero.
-El Destripador ha matado de nuevo- le respondió el marinero sin
mirarlo.-Parece que a esta le cortó la cabeza, y tan solo tenía 24 años-
agregó.
-La edad de mi Sally!- tembló Jack.
- Y está sola en casa!-
Esta vez el miedo y no el cansancio lo atenaceó a volver con urgencia a
su hogar.
Se subió de un salto al carruaje con mil imágenes en su cabeza, y azuzó
imperiosamente al caballo.
De repente ya no le importaba terminar la noche con más dinero, sino
ver de nuevo la sonrisa de su hija.
La multitud ya había quedado atrás, y los alrededores de Picadilly estaban
oscuros y desolados.
Los cascos del caballo repiqueteaban rítmicamente y el traqueteo del
Brougham volvía a ser una canción de cuna para el preocupado y cansado Jack.
Un poco la noche cerrada, un poco el adormilamiento, hicieron que Jack
Keane no viera a tiempo el bulto negro que se cruzaba en su camino, pero el
golpe seco, un grito ahogado y el súbito relincho del caballo le borraron el
sopor de inmediato.
El cochero se bajó rápido para ver qué era lo que había atropellado,
rogando que no fuera uno de esos chicos sin padres que solían hacer diabluras y
correrías por las noches.
Lo que vio Jack no era un chico. Era un hombre de unos 35 años, bien
vestido, seguramente de la alta sociedad de Londres, con sus ropas manchadas de
abundante sangre.
Jack le abrió las ropas con desesperación, buscando una herida o un
corte, pero no encontró nada.
-De donde viene tanta sangre?- pensó Jack intrigado.
El hombre agonizaba porque el caballo y una rueda del Brougham le
habían pasado por encima.
Jack se persignó y pidió brevemente por el alma del moribundo.
A unos pocos centímetros de allí, ocultos por la oscuridad, una botella
rota con restos de sangre y un afilado bisturí eran mudos testigos de la
justicia divina.
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