lunes, 30 de junio de 2014

LA TRISTE HISTORIA DE LAS GEMELAS POPOFF de Mempo GIARDINELLI

Tengo ante mí cinco fotografías:

Foto 1: Las gemelas Popoff sonríen a cámara en el cumpleaños de 15 de Laurita. Yo debo tener 16 años y estoy detrás de las tres con una copa de sidra en la mano y la corbata mal anudada. Soy ya entonces el novio de Claribel, que resplandece con una sonrisa preciosa. El calor debía ser insoportable a esas horas de la madrugada. Como de costumbre, y de costado, María Pía parece mirar a Laurita pero me está mirando a mí.
Las Popoff fueron siempre muy raras como gemelas, pero yo digo que fue la envidia lo que arruinó sus vidas. Bellísimas las dos, hijas de colonos rusos, o ucranianos, que llegaron al Chaco hace ochenta años y nunca hablaron nuestra lengua, Claribel fue siempre la más dulce y sobre todo la más linda. Apenas un poco más que María Pía porque eran casi idénticas y vistas desde lejos eran como dos gotas de agua, pero esa pequeñísima diferencia fue, acaso, la verdadera causa profunda de la desgracia.
Desde niñas la mamá se empeñó en que no se diferenciaran. Seguramente ella advirtió enseguida ese gesto amargo en María Pía, esa como imperfección de la nariz y esa ligerísima diferencia en la mirada, producto de que tenía un ojo más alto que el otro, lo que le daba dos perfiles diferentes según de qué lado se la mirase. No era algo tan exagerado como en algunos cuadros de Picasso, digamos, pero ésa es la idea.
María Pía envidió siempre la belleza perfecta de su hermana y yo digo que fue por eso que resultaron algo así como una versión contemporánea y femenina de Caín y Abel.
El padre era lo que hoy llamamos un borrado y la madre una mujer simple y silenciosa, un burro de carga que se echó sobre sus espaldas mantener la casa y educar a las gemelas. En su descargo se podría decir que siempre procuró que fuesen buenas hermanas, unidas en lo esencial, y la verdad es que durante mucho tiempo pareció lograrlo. Las mandaba a la escuela vestiditas igual, con las mismas trencitas y el mismo flequillo, los mismos zapatos, todo, todo igual.
Pero con disimular la diferencia lo único que logró fue resaltarla y que terminara siendo una tortura para la envidiosa María Pía, que siempre se ocupó de maltratar a su hermana. La manía por igualarlas, digo yo, habrá tenido que ver con ese odio.
Las gemelas compitieron, sin saberlo, desde pequeñas, y mucho más cuando fueron grandes. Aunque en la escuela se aprovechaban la una a la otra intercambiaban notas y exámenes, se alternaban para pasar al frente y se imitaban las firmas a la perfecciónpuede decirse que en la vida se la pasaron rivalizando.
Más o menos por la fecha de esta foto, era obvio que Claribel era la más linda de las dos, de una belleza serena, perfecta y además la más graciosa. Todos los muchachos querían estar con ella. Pero ella se fijó en mí y yo me enamoré para siempre. Fue mi primera novia y la única mujer que amé en toda mi vida.
Y no es que María Pía fuese fea, no, pero ya entonces era menos vistosa y carecía del atractivo de su hermana, quizás porque ya tenía la mirada dura y nunca supo disimular esa expresión de ansiedad y descontento que le cruza el rostro. Como si nunca hubiese admitido no ser la única, o al menos la más bella, desde la adolescencia imitó en todo a Claribel y lo único que logró fue llenarse de resentimiento. Porque Claribel fue siempre sencillamente luminosa.
Cosa rara en dos gemelas, cualquiera podía reconocer fácilmente a cada una, precisamente por todo eso. Pero además fue María Pía la que llevó una vida más azarosa: fue la que en la escuela sacó las peores notas pero también la más varonera, la que se buscó todos los líos, la que debutó primero, la que se casó dos veces y tuvo un marido peor que el otro, la que tuvo más hijos, la que no fue feliz.

Foto 2: Estoy bailando con Claribel en el Club Social. Es una noche de gala, posiblemente un Nueve de Julio, y seguimos de novios. Llevamos ya como cuatro o cinco años y todos en el pueblo piensan que vamos a casarnos. En un segundo plano y como fuera de foco se ve a María Pía bailando con Carlitos Fraschina. Al año siguiente me tocará el servicio militar.
Claribel está bellísima y sonríe como una princesa. Aquella noche se puso un vestido de lamé rojo con bordados en tonos más oscuros en el escote, pero todos bebimos demasiado y al final, como a las cuatro de la mañana, ocurrió que al salir del baño me estaba esperando María Pía. Yo digo que estaba borracha, también, porque entre graciosa y enardecida, y con no sé qué excusa, me llevó detrás de las palmeras del jardín y me estampó un beso impresionante, su lengua hurgando entre mis dientes como una víbora y ofreciéndose toda, pidiéndome que la recorriera con mis manos y la llevara, por favor, por favor, adonde me diera la gana.
Aquella noche María Pía llevaba un vestido largo azul, de escote muy abierto, y realmente estaba hermosa. No tanto como Claribel pero sí estaba linda, y además muy provocativa. Y yo además de torpe fui un imbécil.

Foto 3: Estamos todos los compañeros de promoción del Colegio Nacional, celebrando los 20 años de nuestra recepción. Ya adultos, nos reencontramos en el patio del viejo instituto para esta foto a la que seguirá una misa por los compañeros fallecidos y una cena, en la noche, con las parejas de cada uno o una. Han venido dos que viven en España, uno en Israel, otro llegó de los Estados Unidos y varios de la Patagonia, Mendoza y Tucumán. Somos casi treinta en la foto y todos sonreimos. Claribel está lindísima, entre David Kaminsky y Viviana Urdapilleta. Conserva su sonrisa dulce y rechazará, al término de la cena, mi propuesta de ir a tomar algo y charlar. Desde una esquina de la foto, María Pía mira no sé qué y aunque sonríe se le nota la mala leche.
Durante todos esos años no había vuelto a ver a Claribel, pero no había dejado de amarla ni un segundo. Cuando volví de la colimba, todo estaba perdido: Claribel se había enterado y sencilla y dignamente me dijo que ahí terminaba todo. Y nunca más me dio una oportunidad de hablarle. De ahí en adelante me trató como si yo fuera de otro mundo. Y lo era.
Entonces me fui a terminar mis estudios en Buenos Aires, de donde sólo regresaba para pasar las fiestas de fin de año con mis viejos. E inevitablemente me enteraba de cómo María Pía iba convirtiendo a Claribel en el claro sujeto de odio de su vida. Siempre había competido con su hermana en la ropa y en todos los gustos, pero poco a poco la fue hostigando primero laboralmente, luego con la herencia del viejo Popoff, e incluso mucho después se dijo que tenía por manía llevarse a la cama a los mismos tipos que antes habían andado con Claribel. Porque yo no fui el único. María Pía también se ligó al único marido que tuvo su hermana, un cardiólogo cordobés que llegó después que yo me fui, y con quien estuvo casada sólo un año y pico hasta que le falló el corazón, al muy boludo, y terminó liado con María Pía.
Pero todo fue más grave porque llegó incluso a estafar a Claribel de la manera más vil: imitándole la firma y confundiendo al escribano con un cuento acerca del último número del documento de identidad, que ambas tenían correlativo: en cuatro terminaba el de Claribel y en cinco el de María Pía.
Aquí están las dos sobre los 40, esa edad en que las mujeres, si se cuidan, resplandecen como frutas maduras y son más atractivas que nunca antes. Pero María Pía, que como la tercera es la vencida finalmente se casó bien, como se dice, y ahora tiene por marido a un buen tipo, tres hijos preciosos y un excelente desempeño como abogada del foro local, sin embargo no dejó un solo día de fregar a su gemela. Enferma de odio y resentimiento, jamás permitió que Claribel, que no tuvo hijos, oficiara de tía de sus hijos. Y aunque ésta no hizo nada legalmente para revertir aquella estafa, todo resultó patético en esa relación, reducida a coincidir algunos domingos en casa de la madre.
La paradoja es que Claribel, que ha seguido siendo la más linda, aunque es una mujer independiente, querida y respetada como profesora del Colegio Nacional, después del cardiólogo siguió sola y sin hijos, y no es que esté agriándose lentamente pero aquí se le ve un velo de tristeza en los ojos que le opaca la mirada y le quita aquella luminosidad que yo amaba y amo todavía.
En cambio a María Pía, que en cierto modo lo tiene todo pero nunca le alcanza porque no tiene lo que tiene su hermana, no se le borra esa expresión de fastidio, esa ansia por alcanzar ese algo más que siempre tuvo Claribel.

Foto 4: Es el cumpleaños de Vivi. Celebra sus cincuenta años con una fiesta en el viejo Club Social y ha invitado a unas doscientas personas. En este grupo estamos Vivi, su marido, los Gutiérrez, los Arczuk, los Dahlgren y yo, y por supuesto también las gemelas Popoff, que ya toda la ciudad sabe que ni siquiera se hablan. Una en cada esquina de la foto, María Pía está horrible, la verdad: gorda y con el gesto de fastidio agigantado. Ha hecho fortuna con su marido, que es contador, y ambos tienen uno de los estudios jurídico-contables más ricos y temidos de la provincia, pero nada parece satisfacerla. En cambio Claribel continúa bella y serena, y en el esplendor de su medio siglo sigue lánguida y hermosa como una madonna renacentista. En esta foto yo la miro con una leve sonrisa que evidencia el amor que nunca dejé de tenerle. María Pía es una máscara gorda y deforme, ahí atrás. Y maligna.

Foto 5: Es de la semana pasada, a la salida del Registro Civil, donde Claribel y yo, finalmente, nos casamos. Claribel está bellísima, con la serenidad y la gracia de quien ha conseguido perdonar y entregarse, y la verdad es que ambos nos vemos aquí como dos veteranos felices, rodeados de algunos pocos amigos que nos tiran arroz y cantan y ríen. De allí iremos al Club Social para un almuerzo íntimo y sobrio. Detrás del grupo se ve, difusa pero reconocible, la figura obesa y grotesca de María Pía, quien obviamente no fue invitada a la boda pero se presentó igual, como no dejó de estar presente durante todas nuestras vidas.
Pasado el mediodía se apareció por el Club y nadie se atrevió a detenerla. Enfiló directamente hacia Claribel en un momento en el que yo estaba distraído descorchando una botella, y cuando la vi ya era tarde y, como todos, temí lo peor.
Pero ahora sé que ninguno de nosotros sabía qué era lo peor. Porque María Pía no hizo lo que Caín, sino que arrojó el contenido de un frasco de ácido muriático a la cara de Claribel.
Lo que siguió fue un dolorosísimo proceso que aún no termina y ya no me interesa contar.
La envidia creó ese monstruo.
No quiero ver más fotos. 



4 comentarios:

  1. Brillante relato donde de tu mano he podido amar a Claribel y temer a Maria Pía mientras reflexionaba sobre la destrucción que puede ocasionar la envidia. ¡Felicitaciones!

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  2. Coincido, excelente!!!
    Gracias por visitar EL NARRATORIO.

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