Siempre
imagino que mi madre tiene nada más que veinticinco años (la edad que ella
tenía cuando yo nací),
de ahí, que
me enfurezca si
la oigo arrastrar
los pies, cloquear, toser
o pensar como una vieja. No
entiendo por qué a los veinticinco años le han salido arrugas ni me explico
cómo siendo tan joven se acuesta tan temprano.
Si
en algún momento de pavorosa lucidez advierto que es una vieja, tal
descubrimiento me llena de horror, por lo cual trato inmediatamente de expulsar
dicho conocimiento de la luz de mi conciencia, de manera que enseguida recupera
sus veinticinco años.
Ella me
trata a mí
continuamente como si
yo fuera una
niña, por lo
cual nos entendemos perfectamente.
No insisto
en crecer, porque
sé que es
inútil: para nosotras
dos, el tiempo
se ha estacionado y ninguna cosa en el mundo podría
hacerlo correr. Moriré de cinco años y ella de veinticinco: a nuestros
funerales asistirá una muchedumbre de ancianos niños y de niños que jamás
llegaron a crecer
De esta autora he leído "El amor es una droga dura" y me gustó mucho. Me ha encantado tu blog, me quedo de seguidora y te invito a que te pases por el mío si te apetece (es Relatos y Más, es que aparecen dos en el perfil).
ResponderEliminarUn abrazo.
Me encanta tu relato. Me gustaría escribir así en prosa, ya que en verso me defiendo. Me pasaré por tus blogs si tú te pasas por los míos (valendos.blogspot) jajaja. Salu2 desde España.
ResponderEliminarBueno, bromas aparte, Renate, felicidades por tu blog y por andar brillantemente por estas lides literarias. Ah, muy bueno el relato de la gran Cristina Peri. Salu2 desde España.
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