EL HIJO DE LA LAVANDERA de Ana María MATUTE
Al
hijo de la lavandera le tiraban piedras los niños del administrador porque iba
siempre cargado con un balde lleno de ropa, detrás de la gorda que era su
madre, camino de los lavaderos. Los niños del administrador silbaban cuando
pasaba, y se reían mucho viendo sus piernas, que parecían dos estaquitas secas,
de esas que se parten con el calor, dando un chasquido. Al niño de la lavandera
daban ganas de abrirle la cabeza pelada, como un melón-cepillo, a pedradas; la
cabeza alargada y gris, con costurones, la cabeza idiota, que daba tanta rabia.
Al niño de la lavandera un día lo bañó su madre en el barreño, y le puso jabón
en la cabeza rapada, cabeza-sandía, cabeza-pedrusco, cabeza-cabezón-cabezota,
que había que partírsela de una vez. Y la gorda le dio un beso en la monda
lironda cabezorra, y allí donde el beso, a pedrada limpia le sacaron sangre los
hijos del administrador, esperándole escondidos, detrás de las zarzamoras
florecidas.
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