domingo, 30 de marzo de 2014

LA MUERTE AGRADECIDA de Alejandro DOLINA

En el barrio de Flores, la persona que todos conocían como el verdulero Cecilio Lamensa era en realidad el Ángel de la Muerte. Desde luego, nadie estaba al tanto de esta circunstancia. Es usual que en los pueblos y en los barrios el Ángel se haga pasar por un vecino y asuma aspectos vulgares para no llamar la atención. Es cierto que, muy a menudo, la Muerte despierta sospechas por el trato desdeñoso a los mortales. En el caso de Lamensa, su condición de comerciante minorista venía a justificar un cierto aire de superioridad.
Estos datos que estamos consignando jamás se hubieran conocido a no ser por un episodio casual, ocurrido una tarde en la avenida Rivadavia.
El distraído Lamensa iba a ser atropellado por un ómnibus de la línea 53 cuando un empujón del ruso Salzman vino a salvarlo. Lamensa no era mortal, pero de algún modo Se sintió en deuda con Salzman. Se hicieron amigos y una noche, un poco mareado por unas tardías Hesperidinas, el verdulero confesó a Salzman su verdadera condición. Agrego además un amable ofrecimiento.
–Ya sabe, Bernardo, cualquier cosita me avisa... Siempre se puede hacer algo...
Salzman no era un hombre de creencias ni de escepticismos. Despreciaba los dictámenes. Todos los juicios del ruso estaban suspendidos. Así, no comentó el caso con sus amigos para no tener que defender o atacar las afirmaciones del verdulero. Muy pronto se olvidó del asunto.
Años después, mientras jugaban a la generala en el Odeón, Lamensa lo consultó a la pasada.
—¿Usted es amigo del tuerto Espina?
—No —dijo Salzman—, apenas lo conozco. ¿Por qué?
—Por nada —respondió el verdulero— no tiene importancia.
Aquella noche, el tuerto Espina murió repentinamente. Cuando se enteró, Salzman tembló de miedo.
Desde entonces trató de evitar a Cecilio Lamensa pero el verdulero se le aparecía a cada momento con muestras de simpatía y amistad.
Una madrugada, al bajar de un taxi en la avenida Avellaneda, Lamensa surgió bruscamente desde atrás de un árbol. Perdido cualquier escrúpulo mundano, Salzman salió corriendo. El verdulero lo alcanzó un par de cuadras más adelante y le dijo, resoplando:
—No tema, Salzman, sólo deseo ayudarlo. Usted sabe que le debo un favor.
—No me debe nada —declaró Salzman.
Lamensa insistió:
—Comprendo sus reparos pero si no acepta pronto una compensación cualquiera por su gesto, me tendrá atrapado con un favor pendiente. Y eso es algo que no puedo admitir.
—¿Qué es lo que quiere? —preguntó Salzman, aterrorizado.
—Nombre una persona cuya muerte desee postergar razonablemente.
En ese momento cruzó la calle el viejo Vítale, un borracho que solía mendigar en los alrededores de la estación. Olvidando a amigos y parientes, Salzman gritó:
 El viejo Vítale —y se escapó velozmente entre las sombras.
Unos meses después, en un asado, el músico Ivés Castagnino tocó algunas canciones con su guitarra. El verdulero Lamensa, que había escuchado silenciosamente, se atrevió a hacer un pedido.
—¿Conoce el vals "Orillas del Plata"?
Castagnino lo tocó limpiamente, desde el principio hasta el fin.
—Gracias —dijo Lamensa—. Ya nadie toca ese vals.
Esa misma noche, perturbado esta vez por la grapa Chissotti, el verdulero reveló su secreto a Castagnino y le ofreció, a cambio de la emoción artística que había recibido, tener con él alguna consideración profesional llegado el caso.
Castagnino también estaba un poco borracho. Enseguida llamó a todos sus amigos, incluido el ruso Salzman, y dijo a los gritos:
—Señores, les presento a mi amigo el Ángel de la Muerte. Aquí donde lo ven, el caballero está en condiciones de conseguirnos cualquier clase de acomodo, tanto sea para postergar la entrega de nuestros rosquetes como para conseguir que las personas que nos molestan espichen cuanto antes.
Todos rieron, pero Salzman vio alarma en los ojos de Lamensa.
Desde ese día, la muchachada empezó a burlarse del verdulero: lo llamaban "Cecilio La Parca" o "Cecilio la Muerte" y hacían pedorreta a sus espaldas. Unos vigilantes de la Comisaría 50 resolvieron meterlo preso con cualquier pretexto. Y lo mantuvieron encerrado toda la semana. Durante ese lapso, nadie se murió en el barrio de Flores.
Convertido en un personaje irrisorio, Lamensa perdió su aire desdeñoso y señorial. Cerró la verdulería y dejó de aparecer por los boliches y los bodegones. Una tarde lluviosa se cruzó con el ruso Salzman. Con gesto abatido, le dio la mano y le dijo:
—Quería despedirme. Me voy de este barrio. Por no ser ingrato he sido imprudente. Le agradezco su discreción. Para mi desgracia, he sido trasladado a regiones inhóspitas, donde la muerte es cruel y temprana. Adiós.
Cecilio Lamensa no fue visto nunca más en el barrio de Flores. Otra persona, tal vez un panadero o un mozo de café, es ahora la Muerte en esas calles.
Cuando Salzman llegó a su casa, le dijeron que el viejo Vitale había muerto.


Dolina Alejandro
Bar del infierno.- Buenos Aires; Planeta 2005


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...