En la calle hay poco tránsito, quizá porque es sábado o porque todavía no hay tantos autos en Buenos Aires. Llevo un autito Matchbox adentro de un frasco para capturar insectos y unos crayones que ordeno por tamaño y que no me tengo que olvidar al sol porque se derriten. A nadie le parece peligroso que yo vaya acostado en la luneta. Me gusta el rincón protector que se hace con el vidrio de atrás, al lado de la calcomanía de la Proveeduría Deportiva. En el camino miro el frente de los autos porque parecen caras: los faros son ojos, los paragolpes son bigotes, y las parrillas son los dientes y la boca. Algunos autos tienen cara de buenos; otros, cara de malos. Mis hermanos prefieren que yo vaya en la luneta porque así tienen más lugar para ellos. Yo no viajo en el asiento hasta más adelante, cuando hace demasiado calor o cuando ya no quepo en la luneta porque crecí un poco. Tomamos una avenida larga. No sé si es porque hay muchos semáforos pero vamos despacio, además después ya el Peugeot está medio roto, tiene el caño de escape libre y hay que gritar para hablar; una de las puertas de atrás está falseada y mamá la ató con el hilo del barrilete de Miguel.
El viaje es larguísimo. Sobre todo cuando no están sincronizados los semáforos. LEELO COMPLETO EN EL BLOG DEL AUTOR
La vida a través de un único viaje fragmentado. Excelente. Gracias Renate!
ResponderEliminarGracias a Mairal por este cuento maravilloso! Un abrazo Nedda, gracias por pasar!
ResponderEliminarHola guapoa..gracias por invitarme....aquí me tienes cautivo de tus bellas letras...
ResponderEliminarPasa buen día..besos azules...
Vito, un placer tenerlo por acá.
ResponderEliminarUn abrazo!