El parque desierto y la noche lluviosa se confabulan para proteger mi reunión de miradas indiscretas. Amparado por un monumento, observo a los tres hombres que me aguardan, sus siniestras siluetas con paraguas contrastan como una sombra chinesca con el cielo azul violáceo. Permanecen de pie junto a un cesto, casi inmóviles.
Fue fácil juntarlos, bastó con un llamado telefónico: “Habla el secretario de Monseñor von Kunt, esta llamada es extraoficial. Su Eminencia está interesado en reunirse con usted para resolver su inconveniente”. Los tres habían aceptado de inmediato.
Uno de ellos mira la hora mientras otro cambia la posición de sus piernas, parecen ansiosos de borrar con el codo “sus inconvenientes”. No hay contrición en sus corazones, sólo hay maldad y especulación. A través de la lente observo sus rostros lascivos, sus bocas indecentes y creo adivinar sus fantasías: con la misericordia y complicidad del obispo, se trasladarán a nuevas iglesias, con nuevas congregaciones llenas de pequeños feligreses.
Enfoco primero a uno y después al otro, sin decidirme. Los tres me provocan la misma repulsión pero mi sentido práctico me indica que deje al más viejo para el final. Me persigno en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y disparo tres veces. Las balas se incrustan silenciosas en los cuerpos de las ovejas descarriadas. Caen como marionetas; el viento sopla y arrastra los paraguas. Como un cruzado, atravieso el parque y vuelvo a mi automóvil. Me siento en paz, soy como el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, pero sin piedad.
Fue fácil juntarlos, bastó con un llamado telefónico: “Habla el secretario de Monseñor von Kunt, esta llamada es extraoficial. Su Eminencia está interesado en reunirse con usted para resolver su inconveniente”. Los tres habían aceptado de inmediato.
Uno de ellos mira la hora mientras otro cambia la posición de sus piernas, parecen ansiosos de borrar con el codo “sus inconvenientes”. No hay contrición en sus corazones, sólo hay maldad y especulación. A través de la lente observo sus rostros lascivos, sus bocas indecentes y creo adivinar sus fantasías: con la misericordia y complicidad del obispo, se trasladarán a nuevas iglesias, con nuevas congregaciones llenas de pequeños feligreses.
Enfoco primero a uno y después al otro, sin decidirme. Los tres me provocan la misma repulsión pero mi sentido práctico me indica que deje al más viejo para el final. Me persigno en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y disparo tres veces. Las balas se incrustan silenciosas en los cuerpos de las ovejas descarriadas. Caen como marionetas; el viento sopla y arrastra los paraguas. Como un cruzado, atravieso el parque y vuelvo a mi automóvil. Me siento en paz, soy como el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, pero sin piedad.
Muy bueno Re...!!! "Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.." ¡Genial!!!!! Abrazo
ResponderEliminarEs un gusto, Renate. Lo primero que abro en este domingo caluroso. Blogs sobre formas narrativas hay muy pocos. Te deseo mucho éxito.
ResponderEliminarJorge Muzam. Escritor chileno.
http://cuadernosdelaira.blogspot.com
http://plumaslatinoamericanas.blogspot.com
Estimado Osvaldo, muchas gracias!!!!
ResponderEliminarOtro abrazo.
Jorge:
Bienvenido, gracias por el comentario y los buenos deseos.
Voy a pasar a leerte.
Saludos
Muy bueno Renate.La ira de Dios? ya no es el cordero.
ResponderEliminarUn abrazo.
Nedda
Nedda:
ResponderEliminarMuchisimas gracias por el comentario!!! Un abrazo.
Supuesta violencia pagada con auténtica violencia.
ResponderEliminarNo me gusta.
Creo en la justicia más que en la venganza.
Dante respeto tu opinion. Gracias por el comentario.
EliminarPequeño, hermoso, histórico, representativo, global y sintético... Asi es tu relato...
ResponderEliminarSi, me gusta.
Escribes muy bien.
Un beso
Federico
Fede:
ResponderEliminarMuchas gracias!!
Un beso
aunque no termino de entender tu texto te admiro
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