Miré cuando abrió el
sexto sello...
y la luna se volvió toda como sangre.
Apocalipsis 6:12
Sí, se acuerda como empezó ese
día, como otros pero diferente. Estaba agachada, recogiendo el maíz y mirando el sol.
Ese día le tocaba al blanco, de
grano chiquito terminado en punta como uña de lechuza, aquel que usaban seco
para que se abra en el aceite caliente, reventando pororós
contra la tapa de la olla.
A veces juntaba el rojo para
hacer el api calentito y dulce, con
tortas de grasa y trigo espolvoreadas con miel de caña.
O el otro blanco grandote. Una
parte engorda las gallinas, la otra, molida en pedazos gruesos, los guisos del
invierno.
Agachada y mirando el sol, se entretenía pensando
en todos los colores del maíz, el negro, el rubio como la pluma de algunos
pájaros, el morado con rayitas blancas que dejaba azules los dedos cuando lo
desgranaba.
Le enseñaron a desmigajar con
las manos.
– Con cuchillo no, mi alma, que
le duele. Dijo la abuela.
La mañana crecida le entrecerraba
los ojos. Enceguecida, siguió mirando terca mientras quebraba del tronco los
marlos frescos y lechosos, arrancando con maña los verdes adheridos, las hojas
filosas.
Alguien baja caminando del sol,
o alguien se acerca. Juzgó el resplandor sin distinguir, ya casi le dolían los párpados de desafiar la
siesta.
Ni perro ni lobo; ni hijo del
hombre. Una sombra, el atardecer galopando desde lejos. Cansado, como si la sombra no fuera una, ella, si no
un quebranto masculino, un rencor de simientes olvidadas, un dolor.
Le cayó la oscuridad, mejor dicho,
El Oscuro, sobre los ojos y sobre el cuerpo. Se enseñoreó de su miedo. Le alisó
la garganta, tanto que no pudo ni siquiera gritar. Le anudó las manos cerca del
maíz fresco. Le enlutó la mirada.
Abrió los sentidos en el maizal,
la luna enorme emprendía el horizonte. Roja, chorreando sangre. La suya abona
una aurora sin fin. Se desparrama ofrendada
en los campos del abatí. Reinado de mazorcas con flores erizadas.
El maíz, dueño del bien y del mal, de las noches sin
luna y de las sangres turbulentas. Deshoja las plantas, arrancando los secretos de la tierra, de la
niebla.
Matando las vírgenes al sol
verdugo de la cosecha ajena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario