viernes, 2 de octubre de 2015

LUNA DE BARRO de Silvia FANTOZZI

                                                                  Miré cuando abrió el sexto sello...
                                                             y la luna se volvió toda como sangre.
                                                                                                    Apocalipsis 6:12



Sí, se acuerda como empezó ese día, como otros pero diferente. Estaba agachada, recogiendo el maíz y mirando el sol.
Ese día le tocaba al blanco, de grano chiquito terminado en punta como uña de lechuza, aquel que usaban seco para que se abra en el aceite caliente, reventando  pororós contra la tapa de la olla.
A veces juntaba el rojo para hacer el api calentito y dulce, con tortas de grasa y trigo espolvoreadas con miel de caña.
O el otro blanco grandote. Una parte engorda las gallinas, la otra, molida en pedazos gruesos, los guisos del invierno.

Agachada y mirando el sol, se entretenía pensando en todos los colores del maíz, el negro, el rubio como la pluma de algunos pájaros, el morado con rayitas blancas que dejaba azules los dedos cuando lo desgranaba.
Le enseñaron a desmigajar con las manos.
– Con cuchillo no, mi alma, que le duele. Dijo la abuela.

La mañana crecida le entrecerraba los ojos. Enceguecida, siguió mirando terca mientras quebraba del tronco los marlos frescos y lechosos, arrancando con maña los verdes adheridos, las hojas filosas.
Alguien baja caminando del sol, o alguien se acerca. Juzgó el resplandor sin distinguir,  ya casi le dolían los párpados de desafiar la siesta.
Ni perro ni lobo; ni hijo del hombre.  Una sombra, el atardecer  galopando desde lejos. Cansado, como si la sombra no fuera una, ella, si no un quebranto masculino, un rencor de simientes olvidadas, un dolor.
Le cayó la oscuridad, mejor dicho, El Oscuro, sobre los ojos y sobre el cuerpo. Se enseñoreó de su miedo. Le alisó la garganta, tanto que no pudo ni siquiera gritar. Le anudó las manos cerca del maíz fresco. Le enlutó la mirada.

Abrió los sentidos en el maizal, la luna enorme emprendía el horizonte. Roja, chorreando sangre. La suya abona una aurora sin fin. Se desparrama ofrendada en los campos del abatí. Reinado de mazorcas con flores erizadas.
El maíz,  dueño del bien y del mal, de las noches sin luna y de las sangres turbulentas. Deshoja las plantas,  arrancando los secretos de la tierra, de la niebla.
Matando las vírgenes al sol verdugo de la cosecha ajena.                 

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