viernes, 4 de marzo de 2016

EL VIAJE de Héctor VICO



Fotografía de Garry Winogrand
    Sólo dos cosas le importaban: viajar y recordar. Era consciente que no se puede vivir de recuerdos pero, estos, pensaba, ayudan recordar que se ha vivido. No decidía aún cuál era el orden de prioridad de cada uno: recordar para viajar o viajar para recordar. De todas maneras  no importaba, uno u otro daba igual, él simplemente sabía que eso era lo trascendente y a eso se dedicaba.
Luego de cada excursión, cuya duración no conocía de antemano o mejor dicho, tenía indicios pero nunca conocía el día preciso del regreso, meditaba profundamente sobre lo vivido. Evaluaba, rememoraba, sacaba conclusiones, aprendía, recapacitaba, crecía. Esta parte del proceso le apasionaba. Tenía facilidad para recordar en forma de imágenes, también en aromas y colores. Muchas veces volvía a experimentar las alegrías o las tristezas que  sus paseos le proporcionaban. No le resultaba extraño entonces poder saborear el gusto salado de las lágrimas vertidas oportunamente, ya sea por haber reído de felicidad o llorado de angustia. Así de intensa era su memoria, aptitud esta que utilizaba con frecuencia. A mayor emoción, mayor nitidez de las imágenes, entonces la lección aprendida se plasmaba indeleblemente en su alma. Bellos amaneceres, parajes inexplorados, geografías urbanas estaban grabados a fuego en su memoria. Recordaba conversaciones completas y hasta los párrafos enteros de aquellos libros que le interesaron. Muchas veces esta facultad le fue muy útil cuando en viajes posteriores, por circunstancias que se le presentaron, tuvo que echar mano de esa sabiduría adquirida.
Al concluir este balance de experiencias de vida se sentía fortalecido y renovado. Sabía también que los intervalos entre viaje y viaje no eran uniformes. Algunas veces el proceso se desarrollaba sin sobresaltos y salía inmediatamente hacia otro destino. En otras oportunidades todo lo vivido requería mayor análisis y por lo tanto el nuevo periplo debía esperar. También supieron sucederle una seguidilla de infortunios y  a  peripecias poco felices se le sumaban regresos traumáticos. En estos casos su entusiasmo decaía y se preguntaba, con frecuencia, si era necesario volver a salir. La abulia ganaba entonces sus sentimientos pero, la fuerza de los recuerdos traducidos en vívidas imágenes de lo vivido se abría paso hacia su alma atribulada y, al sacar las conclusiones de sus aventuras, entendía que todo había sido para bien y que lo que correspondía era regresar al camino.  Andar ligero para ser, para saber, se decía, pues había notado que con cada regreso él mejoraba. Esto lo comprendió al cabo de una serie de viajes inmediatos. Entre uno y otro fueron quedando atrás sentimientos de violencia, envidias, egoísmos y rencores. Al ver como se enriquecía su espíritu, su entusiasmo aumentaba y entraba en un estado de gracia. A tal punto le embargaba ese sentimiento de bienestar que, poco a poco,  comenzaba a crecer en él una desmedida pasión por la nueva partida y el afán por conocer la nueva fecha  de salida era lo único que ocupaba sus pensamientos.
Fue por eso que cuando le comunicaron el día de inicio de la nueva travesía se ocupó inmediatamente de los detalles. Visitó cada uno de los centros de información tan rápido como pudo. Acordó la duración del paseo, es decir fecha de salida y una idea aproximada del regreso. Preguntó cuál era el medio de transporte para la vuelta, pero no le dijeron.
-    Eso lo averiguará en su momento - le aclararon – Depende de las rutas que decida tomar. Usted sabe eso.
-    Sí, lo sé, disculpe. Es que el entusiasmo me desborda - respondió.
-    Lo comprendemos, no se preocupe.
-    Ya puede pasar a la oficina contigua.
-    Gracias.
El recinto contiguo se ocupaba de coordinar las escalas del viaje y los acompañantes que encontraría durante el mismo, más una escueta síntesis del propósito de cada encuentro. Muy rápidamente le mencionaban en que etapas encontraría a cada uno y que era lo que debía buscar o averiguar con ellos. Esta parte de la programación era sumamente importante pues el resultado final de la nueva experiencia dependía de ello. La diferencia entre  un viaje exitoso y otro desastroso radicaba en el trabajo que realizara con los acompañantes. Algunos asumirían el rol de maestros o facilitadores, cuya labor era allanarle el camino y evitarle sorpresas desagradables. Otros, siempre maestros, usarían métodos más contundentes y hasta a veces violentos. También había una innumerable lista de meros compañeros. Muchos de ellos compartirían la misma experiencia que él.  Nunca sabía de antemano quien era quién.

-    Podría darme algún detalle más, peguntó tímidamente.
-   Ya tiene la información suficiente, le respondieron tajantemente. Si es tan amable, pase por favor al sector alojamiento y sin más, bajaron la ventanilla.

No tuvo más remedio que hacerlo, a pesar que su curiosidad pugnaba por averiguar los detalles. Sabía que nada estaba estipulado al azar. No volvió a preguntar. Correría el albur de averiguarlo sobre la marcha.
El tema del hospedaje era crucial, pero solo en el inicio. El lugar de residencia en el inicio del viaje marcaría algunas de las vivencias inmediatas que debería atravesar, luego, ya lanzado al camino, tendría muchas más posibilidades de elegir en dónde quedarse.

A diferencia de los despachos anteriores, aquí le abrieron un abanico de opciones. Con cada una de las alternativas le daban los pros y las contras de cada elección. Si bien a veces le costaba decidirse, al ser un veterano en estos trances y contar a su favor  las destrezas adquiridas, generalmente sorteaba rápido esta etapa.
La siguiente parada era una especie de ayuda que el sistema de viajes le proporcionaba. Se la denominaba “Encrucijadas” pero coloquialmente, en la jerga de los viajeros, se la nombraba como “La Cruz del Camino”. Aquí se lo informaba sobre los puntos del trayecto en los cuales debería tomar alguna decisión o… tal vez no. Por lo general eran unos pocos sitios estratégicamente colocados a lo largo del camino en dónde su intuición y experiencia jugarían un papel preponderante. Estaba diseñada para que cada viajero hiciera uso del cúmulo de conocimientos adquiridos en  las excursiones anteriores. Los organizadores de viajes prefirieron darle el carácter de consulta debido a la importancia asignada a este tema. Tenía la libertad para efectuar cambios si así lo deseaba.

Dejó las cosas como estaban. No alteró nada. Estuvo de acuerdo con el plan trazado.
Le desearon suerte y lo despidieron.
Terminados los trámites burocráticos solo le quedaba la entrevista final. En realidad está entrevista, cualquiera fuera el resultado de la misma no impediría su viaje pero tampoco era una simple formalidad. Era la última oficina, detrás de ella estaba la puerta de acceso hacia el lugar de su partida. No necesitaba nada más, salvo el visto bueno para embarcar. Todo lo necesario lo traía consigo.

Lo recibieron formal y amablemente. Sintió una especie de escozor.  Había pasado incontables veces por este procedimiento pero siempre experimentaba un cierto nerviosismo que, lentamente se diluía, a medida que la charla avanzaba.
-    ¿Está listo?, le preguntaron
-    Si, balbuceó
-    ¿Alguna duda?
-    Está todo claro, salvo por un detalle.
-    Díganos
-    A algunos de mis acompañantes creo haberlos conocido. ¿Puede ser?
-   Es posible. Cada viaje se coordina para un grupo reducido. Entendemos que es la manera más apropiada para que cada uno aproveche mejor la experiencia.
-    Sí, eso lo se… pero… en otras oportunidades creo que su función era distinta.
-    Sí, efectivamente, los roles cambian. El suyo también cambió. ¿Lo habrá notado?
-    Lo noté y quería agradecerles. Estoy mucho más cómodo que la vez anterior.
-    Lo del viaje anterior era muy necesario para Ud. ¿No se siente mejor ahora?
-    Es verdad, mejoré muchísimo.
-    ¿Algo más?

Aquí hizo un breve silencio.
De su respuesta dependía prolongar la conversación o partir inmediatamente. Repasó todo tratando de encontrar alguna inconsistencia. No la había.
Dado que  todo era perfecto y como debía ser, respondió:

-    No, nada más.
Dicho esto, sabiendo que todo es una ilusión, que cada partida y regreso  es un eterno proceso  para su bien,  respiró hondo y entonces… entre llanto, sangre, orinas y heces, nació.
 




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