jueves, 29 de mayo de 2014

PARADOJA de Renate Mörder

La Plaza de Mayo ya no les parecía ni agradable ni pintoresca. De hecho, el haberse quedado varados en la plaza principal de un lejano país sudamericano era casi lo peor que les podía haber pasado.
Lynette reprimió una lágrima. Se veía espectacular con su cabello rubio al viento y su escultural cuerpo cubierto por un vestido azulino de corte impecable. Mientras observaba sus zapatos a tono con el vestido pensó en su maravillosa vida pasada, en su infancia en Noruega, en su adolescencia en París, en sus amores, en sus excitantes aventuras por el mundo en busca de John Mallory.
 -Si al menos esto le hubiera sucedido unos días después…
Erik observó el rostro de la mujer que, aunque sombrío, lucía perfecto. Era la enésima vez que la escuchaba decir lo mismo y, en definitiva, por más que se quejaran Lars había muerto y ya no había vuelta atrás.
 -Si no hubiera fumado tanto su corazón quizás lo hubiera soportado –siguió lamentándose la mujer- ¿A quién se le ocurre subir seis pisos por la escalera?
Erik la ignoró y desplegó un papel con una dirección escrita que Lars había puesto en sus manos “Corrientes y 25 de mayo. Hotel Jousten”. Maldijo entre dientes. Se encontraban exactamente a cuatro cuadras de donde se hospedaba el canalla de Mallory y nunca iban a atraparlo. Diez años y cuatro libros para nada.
  -Hubiera bastado con una hora –dijo con expresión indignada- si Lars hubiera muerto una hora más tarde, habríamos atrapado a Mallory ¿Te das cuenta?
Lynette no contestó. Con la mirada vacía observó la fecha grabada en la estatua que descansaba sobre una especie de obelisco en el centro de la plaza. “25 de mayo de 1810” musitó y sus bellas facciones se transformaron en una mueca. La señora de túnica, lanza, escudo y gorro parecía llevar casi dos siglos ahí y probablemente ellos correrían la misma suerte.
 -No podríamos haber tenido peor destino –exclamó ella de pronto- estacionados aquí sin llegar a Mallory, sin poder concretar nuestra venganza, sin poder volver a casa …
 -Sin llegar nunca a estar juntos –agregó Erik triste.
Lynette suspiró e ignoró la mirada anhelante de su compañero. Años de insinuación y flirteo también iban a quedar en la nada.
Permanecieron en silencio uno junto al otro, atormentados por la fatalidad que los había puesto en esa paradoja, por todo lo que fue y por todo lo que podría haber sido.
 -Quizás la ambición de la viuda de Lars nos salva –dijo Erik esperanzado- y un día de estos, sedienta de dólares, lleva el manuscrito a la editorial y algún oscuro escritor de segunda nos saca de esta maldita plaza.
 -Ojalá –contestó Lynette sin entusiasmo.
Se mantuvieron un rato más callados, mirando sin ver a un pordiosero que dormía plácidamente sobre una manta mugrosa, hasta que la mujer quebró el silencio y exclamó:
 -¡Maldito Lars! ¿Por qué tuvo que fumar tanto?
Erik hastiado y resignado sin siquiera mirarla contestó:
 -Todos los escritores fuman, Lynette.

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